Hace algunos ayeres, estaba yo en clase de Literatura, haciendo furtivamente la tarea de Estadística, cuando un badulaque compañero mío, de cierta popularidad escolar y completa intrascendencia en la historia del mundo, espetó al maestro, sosteniendo unas fotocopias:
–Ya, prof, en serio, ¿esto para qué nos va a servir?
Es cierto que hay pocas probabilidades de que el Licenciado Vidriera de Cervantes no se convierta, en las manos de un preparatoriano promedio, en un desequilibrado viejito de porcelana cincuentera. No obstante, el maestro se irguió y respiró con fuerza, como para disponerse a sortear los baches del sistema educativo.
–¿A ti te gusta el chocolate? –inquirió el profe.
–Simón, ¿por? –contestó el alumno, desconcertado.
–¿Por qué comes chocolate?
–Pues porque sabe chido, ¿no?
–¿Sabes que hay gente que come chocolate porque es antioxidante?
–Ah…
Silencio de expectativa en el aula.
–Con la literatura es igual. Uno puede leer un libro porque aumenta el vocabulario, porque activa tus hemisferios cerebrales y todas esas cosas, o nomás porque le gusta su sabor.
Otro silencio, de digestión intelectual. Éste duró más porque algunos no sabían qué era un hemisferio.
–El chocolate –, siguió aquél –, también es una gran industria, y por si fuera poco hay quien defiende la existencia del chocolate artesanal. Todo depende de tu perspectiva al hacer o consumir el chocolate. No puedes decir que el chocolate no sirve para nada, ni tampoco que es la panacea de la humanidad.
Después de un breve paréntesis en el que se explicó el significado de la palabra panacea, un tercer silencio se cristalizó en el salón. Algunos compañeros quedaron conformes, quizá incluso algunos consideraron la posibilidad de buscarse un buen libro de su agrado; amargo, dulce, blanco, oscuro, gourmet, barato, liso, con muchas nueces. El preguntón, recuperado de uno de esos lapsus de conmoción de que son víctimas los socialmente exitosos cuando alguien más listo los pone en su lugar, añadió, con fastidio:
–Ay, pues a mí nadie me ha puesto una calificación por comerme un chocolate.
El último silencio pareció hacer eco, como si nos encontráramos todos en el fondo de uno de esos baches abismales del sistema educativo.
Adrián Chávez
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