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Noche de reyes: una oda a la comedia isabelina

Por Viera Khovliáguina

En tiempos isabelinos, las mujeres tenían prohibido pisar un escenario. Por lo tanto los roles femeninos eran interpretados por hombres tan poco peludos como fuera posible. Si una mujer pretendía actuar era recibida con rechiflas, insultos y una lluvia de caducos frutos prohibidos. William Shakespeare tomó esta norma y la transformó en un recurso cómico tanto en As you like it como en Twelfth night, que en este siglo obsesionado con el género y su flexibilidad, se presenta en el Foro Shakespeare bajo la dirección de Alonso Iñiguez.

La historia de los cómicos isabelinos es curiosa: pasaron rápidamente de ser unos vagabundos a estar al servicio de una compañía teatral financiada por algún ambicioso ricachón. Sin embargo no eran unos improvisados. El actor isabelino se entrenaba en todos los rubros: el canto, todo tipo de baile, acrobacia y la interpretación de múltiples instrumentos. Shakespeare tuvo el genio de no utilizar a estos truhanes como herramientas para sus creaciones dramáticas, por el contrario: como actor que era, alentaba los descubrimientos de sus colegas.

Un género que sirvió para que esta parte profana de la comedia evolucionara es el teatro de revista; considerado en su momento como un frívolo apartado de la comedia y una suerte de enfant terrible del teatro, es utilizado en este montaje de Noche de reyes como néctar embriagador de audiencias, al revivir a los cómicos del siglo XVI. Esto no quiere decir que su ingesta aliente al descontrol, en todo caso la embriaguez purifica al espectáculo a la manera de Dioniso. Como consecuencia cuando hay que llorar se llora, cuando hay que amar se ama y cuando hay que balancearse como un borracho se hace y punto. La dirección es invisible y si se hace el ejercicio de congelar cualquier cuadro se puede verificar que el gesto de cada uno de los participantes está contando a Shakespeare: estallan las carcajadas y la gente se estira hacia enfrente a bordo de la butaca.

A pesar de todo, este montaje tiene un par de defectos no muy graves. Uno de ellos es un problema muy común entre actores: la conciencia de ser visto. Una cosa es la interacción con el público y otra es estar “demasiado al tanto” de que cada gesto provoca una reacción. Adriana Montes de Oca hace el papel del bufón Fiestas deleitándonos con su canto, su baile treble y sus acrobacias. Junto con el histrión Jacobo Lieberman, es quien enriquece más la obra. Sin embargo la actriz lleva a modo de aureola, una cámara de video invisible que a ratos olvida, permitiéndose alcanzar niveles altísimos en su desempeño cómico. Sin embargo estos altibajos distraen y ensucian la obra. El otro defecto es el monólogo de Malvolio: largo, largo, largo. En fin, asuntos que se corrigen apretando un par de tuercas.

Vela la pena mencionar todos los recursos técnicos: la escenografía, el vestuario y la iluminación de Mauricio Asencio, sumados al maquillaje de Anadia Buenrostro son una celebración de la belleza. Las canciones compuestas por Pablo Chemor (quien también interpreta a Sir Toby) son divertidísimas y no buscan brillar por su lado, sino servir de ornamento al texto original. Los actores se regocijan de crear nuevos seres y es clarísimo que cada uno de ellos es parte esencial de un entero. Todos los cómicos son Viola y Sebastián, son Malvolio, Andrew y María, son Orsino y Olivia, son el bufón de todas las cortes, y son la comedia misma. Shakespeare es el corazón de las artes escénicas, y este montaje del siglo XXI le rinde tributo. No es solamente un espectáculo redondo, sino una oda a la comedia isabelina. 

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Viera Khovliáguina

Dramaturga egresada de la carrera de Literatura Dramática y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y violinista en la Orquesta Mexicana de Tango.
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