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El desierto, me dice, no crece en los árboles. Pero es mentira, allá afuera, grano a grano, caen las hojas de arena.
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Lo bueno de cultivar desiertos es que requieren poca agua.
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Los desiertos sueñan. A ello le nombran espejismo.
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Las raíces del árbol tocaron el desierto, bebieron el sol inclemente. Fue transformándose. Las aves que llegan a refugiarse ahí son de fuego.
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El olvido camina en círculos en el desierto.
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Árboles desierto. Espejismo de frutas.
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El tiempo no es igual para un árbol. El desierto para él es un mar, la arena un pez que se acerca, jugando.
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El hombre delira, habla de un jardín de hojas de arena. Lo llevan al oasis sin saber que transporta semillas de desierto.
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Los amantes rotos no comprenden en qué momento compraron un desierto para en medio de la cama.
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No entendía de dónde venía el tic tac de su reloj de arena.
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Las hojas de arena son de desierto y abandono. Todos los libros olvidados guardan una entre sus páginas.
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Paladeadas las arenas profundas, se queda por siempre un desierto en la punta de la lengua.
José Luis Zárate
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