En El amor de las luciérnagas, María, una dramaturga, tras un fracaso amoroso decide partir a Noruega indefinidamente. Compra una máquina de escribir que, le advierten, está maldita. Al día siguiente se percata de que alguien, su doble, se ha regresado a cumplir con todo lo que ella no había podido ser. De esta forma su desdoblamiento funge como el camino que le muestra quién es.
Parece que hablar del conocimiento de uno mismo es un lugar común, pero cabría preguntarnos si no se trata más bien de un tema de larga tradición y que siempre necesitamos formular; es decir, de un clásico.
Confesaré que cuando se estrenó en el foro Xavier Villaurrutia, me pareció un buen montaje a pesar del tema, lo sentimentaloide no era entonces mi hit. Ahora que la vuelvo a ver se me facilita entablar con ella una relación como con los libros: algunos, en su primera lectura, sólo no te pasan, aunque más tarde se conviertan en algo significativo; depende siempre de nuestra situación. En esta segunda oportunidad pude asumir el humor de la obra: está puesto como si fuéramos bufones. El humor negro de la puesta sugiere que la ley de la vida es obligarnos a hacer idioteces y reírnos un rato, querer de repente ver un poco de luz, de menos intermitente, en un camino desesperanzado.
El amor de las luciérnagas, un clásico instantáneo
El amor de las luciérnagas obtuvo el Premio Nacional Mexicali de Dramaturgia en el 2008, y es obra de Alejandro Ricaño, uno de los dramaturgos más prolíficos de la escena mexicana. La dirección, de él mismo, es eficaz y sencilla; le permite el justo medio para que la obra surja a partir de las actuaciones de Ana Zavala, Sonia Franco, Assira Abbate, Sara Pinet, Luis Eduardo Yee, Pablo Marín y Miguel Romero. Con las reverberaciones de la iluminación, en referencia a las luciérnagas, Matías Golero compone una atmósfera enrarecida; las maletas adhieren exitosamente la estética del viaje a la escena creada por Ricaño, así como el vestuario de Mario Marín. Todos los elementos que componen la puesta resultan precisos. No dudo de que tal exactitud sea la razón por la cual la obra haya tenido temporadas recurrentes por todo el país a lo largo de casi dos años, con una muy buena recepción por parte del público joven al que está dirigida.
En algún programa de mano leí que el autor suscribía esta obra dentro del realismo mágico, lo cual me parece abusar del usufructo de las etiquetas. Es verdad que la trama en sí se desarrolla en el linde entre lo real y lo maravilloso; sin embargo, creo que le conviene más el mote de fantástica, tanto por el motivo del doble (de rancia tradición) como por los adminículos que conducen a lo mágico. Aunque en un momento María asume como cotidiano el hecho de que tenga un doble, lo cual podría relacionarse con el realismo mágico, la máquina de escribir embrujada y la sorpresa de María cuando sospecha de la presencia de alguien más no son propias de tal visión de mundo. En definitiva, la obra se siente más en la atmósfera de lo fantástico.
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