Ya se sabe, la izquierda adolece de falta de autocrítica. Aquella tesis leninista de la dictadura del proletariado ha enraizado en la atea alma de muchos siniestros (referente a izquierda, claro) activistas, llegando a deformarse en una dictadura tipo “mi opinión es la única que cuenta”. Pues bien camaradas, ha llegado la hora de otra purga. Una limpia de dogmas y malas tradiciones dentro de los luchadores libertarios. Y, antes de que se asusten, sepan que les habla un compañero que también ha leído el libro rojo de Mao, caminante de innumerables marchas, escucha de Quilapayún y Silvio Rodríguez, suscriptor de La Jornada, lector de Gorki y Brecht, creyente de Aristegui y bebedor de café del Jarocho.
Les hablo desde el fondo de mi rojo corazón. Basta ya de tanto fetichismo, de tanto revolucionario románticamente hipócrita. Las luchas sociales no se ganan con balazos de egocentrismo ni con escudos de duros e inmodificables principios. Se ganan con trabajo. Lo repito lentamente: tra-ba-jo. Lo dijo el presidente Correa, uno debe mantener la mirada en la utopía pero los pies en la realidad. Cualquiera que haya participado en alguna lucha y le haya echado más de dos minutitos de coco a analizar su encrucijada político-social, sabe que no está fácil, que lo más probable (porque se tienen todas las desventajas) es que, si no se trabaja lo suficiente y con la estrategia correcta la causa se pierda. Por eso los activistas de izquierda, a diferencia del gobierno y la reacción, no se pueden permitir ni un solo error. Sólo eso bastaría para echar abajo años de trabajo en las bases o para deslegitimar toda una causa, por más loable que ésta sea.
Y con error no sólo me refiero a estrategias de lucha. Un activista de izquierda debe representar los ideales por los que lucha. Se debe ser el más responsable, el más inteligente, el más puntual, el más trabajador, culto, honesto, compasivo, tolerante, noble, pacífico, justo, respetuoso. Porque estamos convencidos que las ideas por las que luchamos, son las que traerán consigo todos esos cambios positivos en la sociedad. Pero si ni nosotros somos capaces de propiciar ese cambio en nosotros mismos ¿con qué calidad moral podemos sostener nuestras propuestas e ideales? Y no, no se trata de aquella justificación valemadrista: “el cambio inicia en uno mismo”. Eso sólo es una mala traducción de Ghandi, quien pensaba que sólo un grupo de personas trabajando juntas con disciplina y persistencia podrá ser capaz de combatir la injusticia. ¿Oyeron? Disciplina y persistencia.
Ser un activista político no es fácil. Cuando se es estudiante, el activista responsable asiste a sus clases, saca buenas notas y además estudia textos políticos, económicos, filosóficos y científicos. Asiste a mítines y lee varios periódicos al día. Además, escribe sus propias reflexiones para su posterior análisis o publicación. Realiza labor de propaganda, desde la elaboración de periódicos hasta la puesta en escena de alguna obra de teatro o la organización de un cineclub. No consume drogas, no por recato moral, sino por que sabe que necesita cada una de sus neuronas si algún día aspira a comprender el debraye de El capital de Marx.
Actuar de modo contrario (léase consumir drogas, ser un mal estudiante, impuntual, violento, flojo, inculto, egoísta, iracundo, intolerante, violento) mientras se enarbola alguna bandera de lucha es lo mismo que mojarla en gasolina y arrojarle un cerillo. Y a mi juicio, sólo hay dos explicaciones para ese modo de actuar. O se tiene un completo desconocimiento de la importancia y delicadeza de la causa que se dice defender o se actúa de ese modo a conciencia, buscando con todas las ganas el desprestigio de la causa.
Así que piénsenlo bien antes de entrarle a esto del activismo político/estudiantil. Es difícil, frustrante y cansado. Algo que quita tiempo y hasta los propios escasos recursos. Y lo peor es que no se obtiene ningún beneficio personal en recompensa (o no debería, al menos). Generalmente, los activistas trabajan por un amor incomprensible. Como escribió Isabel Allende en algún lado “Y hubiera sido completamente feliz de no ser por su infrenable deseo de cambiar al mundo”. Hay algo de maldición y tortura en ser consciente de las injusticias. Pero por eso se trabaja con total entrega y responsabilidad. Porque se sabe que la propia felicidad depende del aniquilamiento de las desdichas ajenas.
Termino estas líneas regañonas con un chiste macabro, pero catártico: ¿En qué se diferencían un porro de un ultra? En que a los porros les pagan por desprestigiar a la izquierda y los segundos lo hacen gratis.
Pd1. Escribí este texto con varias personas en mente. Activistas que deberían ser el ejemplo de muchos otros políticos profesionales. Por ahí hay una Dra. en Ciencias, profesora y organizadora de mítines y eventos políticos y también un médico, padre de familia y revolucionario anónimo.
Pd2. Espero sus comentarios para dialogar al respecto. Y por si les hacen falta, acá una breve gama de insultos para la ocasión: traidor, reformista, reaccionario, tibio, pequeñoburgués, agachón, vendido, esquirol, lamebotas…

Fernando Galicia

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